Una amable discusión con un amigo bloguero me anima a escribir hoy sobre la contemporaneidad o la decadencia de lo que podemos llamar la música clásica del siglo XX (y lo que va del XXI). Sin entrar en más detalles creo que se entiende perfectamente que hablamos de la música contemporánea, una música que según mi amigo, Mendigo para más señas y cuyo blog podeis encontrar a la izquierda de este texto, está alejada de su tiempo y que demuestra vivamente la decadencia de nuestra sociedad. Dejando de lado estos asuntos, me atrevo ahora a escribir sobre la dificultad de escuchar la música contemporánea y por qué es tan dificil que nos guste.
Empezaré diciendo que no entiendo la escucha de la música como algo pasivo, sino como un ejercicio intelectual que obliga al oyente a escuchar, de la misma manera que para acercarse a la literatura no basta con ver, sino que hay que leer; con la pintura hay que mirar… En fin, la escucha es un ejercicio activo, no pasivo.
Una de las características de la música clásica es que está en permanente cambio y evolución. Esto hace que la composición contemporánea muchas veces sea la búsqueda de una posible vía de evolución que muchas veces resulta ser una vía muerta.
Propongo escuchar el primero de los fragmentos. Se trata de una canción de Veljo Tormis, Lauliku Lapsepoli, a partir de una canción estonia. Este coro yo lo escuché en el Certamen Coral de Tolosa y fue una de mis revelaciones allá por 1990 de que la música coral me llevaba adonde no se explicar con palabras. La melodía es sencilla a más no poder, y lo importante aquí es la riqueza armónica del acompañamiento. Esto es música del siglo XX que creo no espantará a nadie.
Ahora vamos con el meollo del asunto: ¿cuántos compositores contemporáneos de Mozart y Haydn recordamos a bote pronto? Muy pocos, puede que ninguno. Hablamos de la segunda mitad del siglo XVIII, un periodo que alumbró miles de obras clásicas (nunca mejor dicho), pero se trata de obras que en su mayoría no han pasado a la posteridad. Puede que en algunos casos se trate de obras que se han perdido injustamente, pero en la mayoría de los casos lo que ocurre es que esas obras no eran buenas, y a la posteridad solo han pasado las que son obras maestras, o aquellas que fueron escritas por verdaderos maestros (no todo Mozart es genial, pero si es de Mozart la obra ha llegado hasta hoy). En el siglo XX hay verdaderas obras maestras. A día de hoy nadie pone en duda la importancia de Le Sacre du Printemps, de Stravinsky, pero eso es fácil decirlo casi cien años despues de haber sido escrita. Sin embargo no sabemos cuales son las obras maestras de hoy en día. Y no lo sabemos porque es muy difícil juzgarlo cuando no ha pasado tiempo.
Paro aquí (por el momento) para animaros a escuchar una obra de Ligety, Lux aeterna, compuesta para coro a capella a dieciseis voces. El coro que escuchais es la Capella Amsterdam, que dirige Daniel Reus. Es una obra alucinante, de una dificultad extrema, que obliga a los cantantes a guiarse cada uno con un diapasón. Que nadie busque melodías, porque aquí lo que se trata es de buscar las capacidades tímbricas de la voz para crear una atmósfera determinada. Entre otras muchas cosas esta obra demuestra que una disonancia no tiene por qué ser algo chirriante.
Una cosa más: a día de hoy esta obra ha sido mucho más escuchada que cualquier sinfonía de Mozart durante su vida, aunque solo sea porque Lux aeterna es una de las músicas de la película 2001, una odisea espacial, de Kubrick.
Continuará.