A comienzos de la década de 1930 Benjamin Britten era
todavía un estudiante que luchaba por abrirse camino en el duro camino de la
composición. Tenía ya su propia opinión sobre algunos compositores británicos
como Elgar o Bax, a los que no apreciaba particularmente, y en cambio otros que
le parecían más interesantes como Vaughan Williams no veían todavía en el joven
Britten al que más tarde sería catalogado como el gran compositor británico del
siglo XX.
Alrededor de finales de 1933 estaba embarcado en la composición
de dos obras cruciales en su periodo de formación. Se trata de las variaciones
corales A boy was born, op. 3, y la Simple Symphony, una obra escrita para
orquesta de cuerda y que merece hoy nuestra atención. Escrita como decimos a
finales de 1933, debía ser la obra con la que confirmaba la formación académica
recibida en el Royal College of Music. Para ello Britten se sirvió de un
material que había escrito alrededor de sus doce años de edad. A partir de una
mezcolanza sin ningún trazo de unión, Britten va a escribir una de sus obras
orquestales más admiradas, si bien es cierto que tras su estreno en marzo de
1934 Britten no quiso volver a saber de esta sinfonía… hasta que finalmente la
grabó como director en 1969, cuando ya era un compositor admirado y reconocía
de esta manera su apreciación real sobre una obra cuyos orígenes están en la
pre-adolescencia del compositor.
El título de “simple” entendido como sencillez no debe
conducirnos a ningún error. Como muchas otras piezas de Britten y en un gesto
que le honra, su escritura es perfectamente adecuada para músicos amateurs.
Pero esto no le quita nada de su valor. Si bien la obra no se adentra por
ninguna vía de experimentación, el resultado es una obra intemporal que ha
resistido perfectamente el paso del tiempo. Comienza con una “boisterous
bourrée” que no es otra cosa que un allegro en forma de sonata (nota: lo más
normalito que se encuentra uno en un primer movimiento de una sinfonía). Le
sigue el “playful pizzicato”, que es en realidad un scherzo que puede ser
interpretado a veces como una danza. El tercer movimiento “sentimental
sarabande” es un movimiento lento lleno de melancolía (mi preferido). Termina
esta Simple Symphony con un movimiento rápido titulado “frolicsome finale”.
En total la obra no dura más que apenas 20 minutos y, en mi
modesta opinión, es una auténtica delicia pero que no debe confundir al oyente
a la hora de adentrarse en el mundo de Britten. Estos días se ha celebrado el
centenario de su nacimiento (22 de noviembre de 1913) y han sido muchos los
programas y homenajes que he podido escuchar. Pero como casi siempre que se
habla de un gran creador, este no admite una sola faceta, una sola cara y
conduce a error pretender una unidad en su obra. El Britten compositor de óperas
no es el Britten que ha escrito música coral, como tampoco es el que escribió música
para violoncello dedicada a Rostropovitch. Empiezo con esta entrada lo que
espero que sea una corta serie sobre algunas obras de Britten que me han
gustado especialmente. Escuché esta obra por primera vez hará ya unos 20 años
en la que fue mi primera vez en el Concertgebouw de Amsterdam, una sala mágica
para escuchar música. A día de hoy he de decir que las obras de Britten que me
gustan son las que he podido escuchar en vivo. Pero esto es asunto que da para
otra futura entrada. Ahora es momento de pinchar en el vídeo y escuchar la
Simple Symphony.
Oh! Una obra del s.XX que, sin ser de un autor de Hollywood, soy capaz de comprender! Es más, es que hasta es bastante sencilla de escuchar. ¿Cabe en música hablar de "neoclasicismo"?
ResponderEliminarA ver qué entremés nos tienes preparado de Mr.Britten...
Tú como siempre provocando. Ya tengo la serie estructurada en tres capítulos, el tercero una deuda que tengo desde el año pasado y ahora me vienes pidiendo lo que va a tener que ser un epílogo. No hay entremés pero algo encontraré para el epílogo.
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