Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Los versos de Machado fueron leidos en algún muro de Toledo por el compositor Luigi Nono, que le contó la anécdota a su amigo Claudio Abbado; unos versos a los que sin duda responde perfectamente la vida de Claudio Abbado, que nos ha dejado el pasado 20 de enero.
Su biografía está recorriendo estos días por las páginas de
todos los medios informativos y las grandes líneas son bien conocidas por los
buenos aficionados: nacido en Milán en 1933, hijo de un violinista y
compositor, completó su formación musical en Viena y Siena en los años 50.
Director de la Scala de Milán de 1968 a 1986, período en el que alternaría con
la dirección de la Orquesta Sinfónica de Londres y la Sinfónica de Chicago. En
1989 recibió la patata caliente de suceder al fallecido Karajan al frente de la
Filarmónica de Berlín, puesto que compaginó durante unos años con la dirección
de la Ópera de Viena; con él entró un nuevo repertorio a la Filarmónica de
Berlín, la orquesta se renovó y a finales de los noventa anunció que no
seguiría con ellos al finalizar su contrato en 2002.
Traigo aquí dos momentos mahlerianos sublimes de los años de
Lucerna. El primero de ellos es de 2003 y corresponde al primer concierto que
supuso la recuperación de la, entonces, desaparecida Orquesta del Festival de
Lucerna. De alguna manera significaba también la puesta de largo de Abbado tras
la (milagrosa) recuperación de su enfermedad. La elección no pudo ser más
idónea y comenzó esta etapa con la Segunda Sinfonía de Mahler, Resurrección.
Para quien no conozca la obra, Mahler escribió a principios del siglo XX una
sinfonía que era audacia pura para un género que parecía estaba muriendo por
entonces. Hace falta una orquesta de un tamaño considerable, soprano y
contralto solista, más un coro de tamaño generoso para el final tremendo de la
obra. El vídeo que aquí traigo es solo el último movimiento, ese que empieza
con un recordatorio de los temas que han pasado en los movimientos anteriores,
para llegar hasta una explosión orgiástica que desembocará en uno de los
momentos más escalofriantes que yo conozco en música: la entrada a cappella del
coro en pianísimo, cantando una marcha fúnebre que terminará con la explosión
final de la resurrección. Magia pura para el final y por el camino cosas tan
enormes como un coral tocado por los metales que es belleza enorme cuando lo
toca esta orquesta. Recomiendo, eso sí, escucharlo con unos buenos cascos y una
buena dosis de volumen, al menos la que supondría escucharlo como si
estuviéramos allí. En cuanto a la orquesta, los del mundillo reconocerán a la
clarinetista Sabine Meyer –la primera mujer en ser admitida en la Filarmónica
de Berlín-, la violoncelista rusa Natalia Gutman o el violinista Renaud
Capuçon, hoy gran solista y entonces joven concertino de 27 años en la Joven
Orquesta Mahler. Pero por encima de todo, la música de Mahler y la elegancia
enorme de Abbado, no solo por su gesto, que también, sino porque consigue lo
más difícil: que nada en esta obra resulte agresivo y que la poesía musical
llegue hasta sus últimas consecuencias, sin concesiones, que diría Abbado.
Por cierto, se me olvidó decir algo importante: el coro es
el Orfeón Donostiarra, elegido por Abbado expresamente para esta obra. Y con
razón.
El segundo de los vídeos corresponde a otro concierto del
festival de Lucerna. Esta vez es la Sinfonía número 4, con muchas cosas que nos
anticipan la siguiente, como ese movimiento lento que tanto tiene en común con
el conocidísimo Adagietto. No me extiendo ahora más, que hable la música por sí
misma y si el lector ha llegado hasta aquí y le gusta lo que ve y escucha, le
animo a que siga buscando porque existen más conciertos en youtube o
directamente en DVD para una mejor definición.
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