La acción transcurre en 1926 y nuestra
protagonista, funcionaria de una administración de correos, pasa sus días en
medio de una existencia aburrida y llena de privaciones materiales cuando el
azar la lleva a un balneario suizo, donde vivirá y experimentará por unos días
el lujo de quienes vivían al margen de la atmósfera opresiva de la época de
postguerra de donde procedía nuestra protagonista. El sueño de la vida llena de
lujos se interrumpirá bruscamente y nuestra protagonista volverá a su
existencia triste y gris a la que parecía resignada al principio de la novela,
solo que ahora hay una gran diferencia, porque ahora conoce lo que es una
existencia burguesa a la que nunca podrá aspirar. Ella continúa con su trabajo
de funcionaria cuando conocerá a un antiguo soldado que lo perdió todo en la
guerra y que vive en la indigencia. Juntos planearán un gran desfalco y una
huida porque es la única salida que ven a la miseria y a la pobreza.
Lo que cuento más arriba es, a grandes
líneas, el argumento de La embriaguez de la metamorfosis, de Stefan Zweig. La
novela está muy bien construida y consta de dos partes muy bien diferenciadas
que se corresponden la primera con la vida lujosa de Christine, nuestra
protagonista, que habrá de volver después, ya en la segunda parte, a su vida
miserable de funcionaria que no dejará de soñar con los días vividos en Suiza,
quimera a la que nunca podría volver desde su sueldo de funcionaria.
La lectura de La embriaguez de la
metamorfosis llama poderosamente la atención porque, aunque
terminada en 1942, el año del suicidio del autor, es precisamente de una
rabiosa actualidad. En un momento en el que al ciudadano se le están birlando,
con todo descaro, derechos y conquistas duramente conseguidos a lo largo de
luchas y huelgas, cuando además los ladrones se mofan y burlan de quienes están
sufriendo, es legítimo pensar si, como los protagonistas de esta novela, todo
habrá de estallar por el lado de la violencia cuando la gente ya simplemente no
pueda más.
Lo dejo aquí; a cada uno de sacar sus
conclusiones y si de paso disfruta leyendo a Zweig puesto tanto mejor. Yo lo
hago a menudo y, con o sin razón, siempre me viene a la memoria alguna música de Mahler.
Traigo aquí la séptima sinfonía de Mahler, probablemente la más difícil de
todas para el oyente, en la versión de la Orquesta del Festival de Lucerna, con Abbado en la dirección.
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