La acción transcurre en un tiempo
indefinido que bien podría ser la Edad Media. Un grupo de peregrinos busca cómo
atravesar un río para acercarse a un. Al grupo se le une un viajero y también
una mujer que se volvió loca un año antes cuando perdió a su hijo. Cuando el
grupo llega al borde del río para cruzarlo en barco, el barquero, al ver la
pena de la mujer, se apiada y la deja subir con los demás. En la travesía el
barquero contará la historia de un niño raptado y maltratado y que falleció
hace un año. La mujer entonces reconocerá en este relato los sucesos de la
desaparición de su hijo. El grupo entero se dirigirá al santuario que acoge la
tumba del niño. Este reaparecerá milagrosamente vivo al final de la obra.
Esta breve síntesis es el argumento de Curlew River, una obra capital en la enorme producción de Benjamin Britten. Terminada
en 1964 la obra comenzó a gestarse a partir de un viaje que el compositor hizo
a Japón en 1957, donde quedó impresionado por alguna representación de teatro
japonés. Lejos de querer hacer de la historia un pastiche de un antiguo texto
japonés, Britten y el libretista William Plomer nos hablan de la transmutación
del alma humana, valiéndose para ello de la fachada de una historia cristiana.
Una de las singularidades de la obra es
que da el papel de la mujer a una voz de tenor, papel crucial en esta ópera y
sobre el que recae una enorme responsabilidad en cuanto al resultado de la
representación. El resto de las voces solistas son barítonos y un coro reducido
de hombres hace el papel de los peregrinos. El apoyo instrumental, bastante
reducido, se limita a una flauta, trompa, viola, contrabajo, arpa y órgano, más
un conjunto de percusión.
Podríamos hablar de una ópera de cámara,
pero no es ninguna barbaridad interpretar la obra en versión de concierto. Así
la escuché yo la primera vez, hace ya diez años, en el Concertgebouw de
Amsterdam, con John Mark Ainsley en el papel de la mujer. Gran actor y
cantante, con la cabeza rapada, sin la ayuda de un decorado, convertía con su
voz (y con la música de Britten) su figura de hombre en la de una mujer a la
que el dolor ha enloquecido. Aquella interpretación me impresionó tanto que así
lo escribí en la portada de un libro que había comprado justo antes del concierto
en la tienda de música que hay al lado del Concertgebouw.
Fuera del concierto o la representación
“live” Curlew River no es precisamente una obra fácil, pero cada vez que la
escucho me recuerda las emociones de aquél concierto y esto me ha animado a traerla
aquí. El vídeo de aquí abajo es una representación de 1998 para el festival de
Aix-en-Provence. En algún sitio debe existir una grabación del concierto al que
yo asistí, porque en su momento fue retransmitida por la Radio-4 holandesa,
pero seguro que historias imbéciles de derechos y otras zarandajas la han
dejado en algún baúl de los recuerdos.
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