27 de enero de 2014

Claudio Abbado in memoriam






Caminante no hay camino, se hace camino al andar. 



Los versos de Machado fueron leidos en algún muro de Toledo por el compositor Luigi Nono, que le contó la anécdota a su amigo Claudio Abbado; unos versos a los que sin duda responde perfectamente la vida de Claudio Abbado, que nos ha dejado el pasado 20 de enero.

Su biografía está recorriendo estos días por las páginas de todos los medios informativos y las grandes líneas son bien conocidas por los buenos aficionados: nacido en Milán en 1933, hijo de un violinista y compositor, completó su formación musical en Viena y Siena en los años 50. Director de la Scala de Milán de 1968 a 1986, período en el que alternaría con la dirección de la Orquesta Sinfónica de Londres y la Sinfónica de Chicago. En 1989 recibió la patata caliente de suceder al fallecido Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín, puesto que compaginó durante unos años con la dirección de la Ópera de Viena; con él entró un nuevo repertorio a la Filarmónica de Berlín, la orquesta se renovó y a finales de los noventa anunció que no seguiría con ellos al finalizar su contrato en 2002.

La vida le jugó una mala pasada entonces y en 2000 le fue diagnosticado un cáncer de estómago del que solo él estaba convencido en salir adelante: yo estoy todavía convencido que hizo entonces un pacto con el diablo para que le regalara unos cuantos años más porque le quedaba mucho que hacer en música. Cuando volvió después de una operación y una convalecencia que no ha terminado más que el pasado 20 de enero, hizo una gira con la Joven Orquesta Mahler que él mismo había fundado; y en 2003 inició lo que ha sido el grandísimo proyecto de sus últimos años y yo diría que de su vida: desde Lucerna recibió el encargo de volver a recuperar la desaparecida Orquesta del Festival de Lucerna. Lo hizo y convirtió esta orquesta más que ninguna otra en “su” orquesta, construida a partir de la base de la Joven Orquesta Mahler y enriquecida por amigos de Abbado, tanto instrumentistas conocidos en la Filarmónica de Berlín como solistas de renombre. Ahora él ya no está, pero afortunadamente ha dejado para la posteridad unos cuantos vídeos que darán fé de lo que han sido diez magníficos y fructíferos años con algunos momentos inolvidables.




Traigo aquí dos momentos mahlerianos sublimes de los años de Lucerna. El primero de ellos es de 2003 y corresponde al primer concierto que supuso la recuperación de la, entonces, desaparecida Orquesta del Festival de Lucerna. De alguna manera significaba también la puesta de largo de Abbado tras la (milagrosa) recuperación de su enfermedad. La elección no pudo ser más idónea y comenzó esta etapa con la Segunda Sinfonía de Mahler, Resurrección. Para quien no conozca la obra, Mahler escribió a principios del siglo XX una sinfonía que era audacia pura para un género que parecía estaba muriendo por entonces. Hace falta una orquesta de un tamaño considerable, soprano y contralto solista, más un coro de tamaño generoso para el final tremendo de la obra. El vídeo que aquí traigo es solo el último movimiento, ese que empieza con un recordatorio de los temas que han pasado en los movimientos anteriores, para llegar hasta una explosión orgiástica que desembocará en uno de los momentos más escalofriantes que yo conozco en música: la entrada a cappella del coro en pianísimo, cantando una marcha fúnebre que terminará con la explosión final de la resurrección. Magia pura para el final y por el camino cosas tan enormes como un coral tocado por los metales que es belleza enorme cuando lo toca esta orquesta. Recomiendo, eso sí, escucharlo con unos buenos cascos y una buena dosis de volumen, al menos la que supondría escucharlo como si estuviéramos allí. En cuanto a la orquesta, los del mundillo reconocerán a la clarinetista Sabine Meyer –la primera mujer en ser admitida en la Filarmónica de Berlín-, la violoncelista rusa Natalia Gutman o el violinista Renaud Capuçon, hoy gran solista y entonces joven concertino de 27 años en la Joven Orquesta Mahler. Pero por encima de todo, la música de Mahler y la elegancia enorme de Abbado, no solo por su gesto, que también, sino porque consigue lo más difícil: que nada en esta obra resulte agresivo y que la poesía musical llegue hasta sus últimas consecuencias, sin concesiones, que diría Abbado.



Por cierto, se me olvidó decir algo importante: el coro es el Orfeón Donostiarra, elegido por Abbado expresamente para esta obra. Y con razón.

El segundo de los vídeos corresponde a otro concierto del festival de Lucerna. Esta vez es la Sinfonía número 4, con muchas cosas que nos anticipan la siguiente, como ese movimiento lento que tanto tiene en común con el conocidísimo Adagietto. No me extiendo ahora más, que hable la música por sí misma y si el lector ha llegado hasta aquí y le gusta lo que ve y escucha, le animo a que siga buscando porque existen más conciertos en youtube o directamente en DVD para una mejor definición.

12 de enero de 2014

Benjamin Britten (y 3): War Requiem




Destruida durante uno de los bombardeos alemanes en 1940, la catedral de Coventry fue reconstruida años más tarde junto a los restos de la antigua catedral, y finalmente inaugurada en 1962. Benjamin Britten recibió el encargo de escribir una obra que pudiera marcar este importante evento en la vida británica. Quien era ya entonces reconocido por todos como el compositor británico más importante, era sin duda también a ojos de todo el mundo un pacifista declarado que, durante la guerra, no había dudado en declararse objetor y no integrarse en el ejército; se opuso con todas sus fuerzas a cualquier actividad que pudiera conducir al asesinato de otro ser humano y muestras de ello las había dejado ya escritas mucho antes de declararse la Segunda Guerra Mundial. De forma bastante gráfica, él insistía que toda su vida la había dedicado a la creación, que le era totalmente imposible participar en actos de destrucción y por ello dedicaría el tiempo de la guerra a hacer aquello que sabía: seguir componiendo y dando conciertos, fundamentalmente con su compañero el tenor Peter Pears.

La obra que Britten habría de escribir para señalar la reconstrucción de la catedral de Coventry no es otra que el War Requiem, sin duda una de las obras más conocidas de Britten y, probablemente, la más interpretada. A día de hoy no me parece exagerado decir que es una de las obras musicales que han marcado el siglo XX.

No se trata de una música imposible para el oyente poco acostumbrado a la música del siglo XX y a la de Britten en particular, pero sin duda es una obra a la que merece la pena acercarse con un poco de atención sobre la construcción de la obra. Britten tenía intención de escribir un Requiem en memoria de todos aquellos que fueron víctimas de la guerra; utilizó el texto latino y escribió la parte correspondiente para gran orquesta, coro, soprano solista y coro de niños. Intercalado con el texto latino introdujo poemas de Wilfred Owen que son interpretados por una orquesta de cámara, tenor y barítono solista. Los poemas de Owen detestan todo aquello que significa guerra y destrucción; ahora que se recuerda el comienzo de la guerra de 1914, bueno es recordar a este poeta que hubo de morir por una bala perdida una semana antes del armisticio.

Es preciso distinguir tres planos sonoros a lo largo de obra: el plano humano, representado por los poemas de Owen, cantados en inglés por el tenor y el barítono solista, acompañados por la orquesta de cámara; la misa de requiem propiamente dicha, cantada en latín por la soprano solista, el gran coro y la gran orquesta; finalmente un plano que podríamos llamar sobrenatural y que está representado por el órgano y el coro infantil.


I – Requiem aeternam.

Desde los primeros compases de la obra, toda un universo sombrío es anunciado por la orquesta y el coro cantando el texto Requiem aeternam. El intervalo de tercera descendente Fa#-Do  no es otro que el famoso tritono (diabolus in musica) que contribuye a crear esa atmósfera de desolación. Un intervalo de órgano y coro de niños dará lugar a la reexposición de la introducción, con esas campanadas que persiguen el canto del coro; después entra por primera vez el tenor, la orquesta de cámara, con el primer poema de Owen “What passing-bells for these who die as cattle?”.




II – Dies irae

El Dies irae viene anunciado por las fanfarrias y un coro cantando un ritmo obsesivo en 4/4. La música se irá apagando para dar lugar al primer solo de barítono, que canta el poema “Bugles sang, saddening the evening air” (Suenan las trompas hiriendo el aire de la tarde).



Un solo de soprano retoma la misa de requiem con el texto “Liber scriptus”,  una música llena de ansiedad para hablar del juicio final. Sigue un dúo tenor-barítono lleno de ironía con el texto “Out there, we’ve walked quite friendly up to the death”; lo que puede parecer un dúo alegre se convierte en una trágica ironía cuando uno comprende el texto (la muerte no ha sido nunca nuestra enemiga, nos hemos burlado de ella, hemos pactado con ella, nuestra vieja amiga). El contraste viene ofrecido por el coro siguiente “Recordare Jesu Pie”, que dará paso después a una aceleración con el texto del “Confutatis maledictis”. Tras un solo de timbal entrará el barítono: “Be slowly lifted up, thou long black arm…”, una maldición a las armas, que terminará con el coro retomando el tema del Dies irae, para dar paso enseguida al Lacrimosa que entona la soprano. Este canto será  a su vez intercalado por solos de tenor con el poema “Move him into the sun”, que evoca la muerte de un joven soldado.









III – OFFERTORIUM

El offertorium comienza con el coro de niños entonando el Domine Jesu Christe, que termina con un tema fugado cantado por el gran coro, un tema con resonancias stravinskianas.


Seguirá un nuevo dúo tenor-barítono, que contarán la historia de Abraham e Isaac; nota: en el poema de Owen, Abraham acaba matando a su hijo Isaac. El coro infantil intervendrá cantando “Hostias et preces tibi Domine”, y al final el gran coro cantará “…quam olim Abrahae promisisti et semini ejus”. El simbolismo es claro: el patriarca hace el sacrificio, Dios ya no es escuchado y los hombres se matan. Es el mensaje de un hombre creyente y pacifista como Britten.



IV – SANCTUS

Comienza el Sanctus con un solo de soprano bajo un repique de campanas, al que seguirá el coro en el impresionante Hosana in excelsis, en una especie de himno o aclamación. He de reconocer aquí que, escuchada la obra por primera vez de un tirón y sin información alguna (uno es así de burro), esta fue la página que más me llamó la atención.


Continúa un solo de barítono (“After the blast of lightning from the East”), donde este pregunta de manera trágica si queda algún lugar para la esperanza.



V – AGNUS DEI

El tenor abre el Agnus Dei, con pasajes del coro intercalados que retoman la melodía del tenor.



VI – LIBERA ME

La última parte del War Requiem comienza con el coro en lo que podría tomarse como la descripción de un escenario después de la batalla, la desolación parece llenarlo todo. Como si fuera para imponer algo de orden, la voz de la soprano se impondrá a toda la masa coral con el texto “Tremens factus sum ego, et timeo dum discussio venerit, atque ventura ira”.


Sigue lo que es el último solo del tenor, “It seemed that out of battle I escaped, down some profoun dull tunnel, long since scooped”, donde acaba reconociendo al adversario como amigo. Será contestado por el barítono, que canta sobre una línea del fagot para reconocer también a su adversario.


El final de la obra se edifica a partir del dúo tenor-barítono cantando “Let us sleep now…”, con el eco del coro infantil cantando “In paradisum…”, al que se unirá el gran coro. En una metáfora que no necesita más explicación, el dúo tenor-barítono cuenta la sorpresa del soldado que encuentra al soldado enemigo al que había matado antes.

Uno no puede alcanzar a imaginar lo que tuvo que ser la primera representación de esta obra, con dos solistas de la talla del británico Peter Pears y el alemán Dietrich Fischer-Dieskau, provenientes de dos campos enemigos, cantando juntos una de las páginas más bellas (y trágicas) que nos ha dado el siglo XX.


Los vídeos utilizados y según uno de los comentarios en youtube, están grabados el 11 de Noviembre de 1988 en Sint-Niklaaskerk, Diksmuide, Bélgica. Y los intérpretes:

BRT Filharmonisch Orkest
Schola Cantorum Cantate Domino
Collegium Instrumentale Brugense
Phylis Cannan, soprano
Zeger Vanderseene, tenor
Cjarles van Tassel, barítono
Laszlo Heltay, director

Si alguien se anima a seguir con esta obra, mi recomendación es que se procure sin dudarlo la grabación del propio Benjamin Britten, que merecería otra entrada para explicar las vicisitudes que dieron lugar a dicha grabación.

Por último y para los más asiduos visitantes de este blog: esta entrada es una deuda que tenía desde 2012, cuando había dicho que era un año al que solo le cabía la música de un Requiem. Me ofrecía a hablar de varios, lo hice con el de Mozart (siglo XVIII), seguí con el de Brahms (siglo XIX) y se me quedó este en el tintero. Sirva esta entrada para cubrir mi deuda… y para enlazar con la cantidad de información que se nos viene encima para recordar el principio de la guerra de 1914.