20 de junio de 2011

Semprún (y 2)

Prometí volver con más cosas sobre Semprún y apenas he podido cumplir el expediente con el programa de radio del pasado sábado. Por si estuvísteis atentos y teneis curiosidad por las músicas, aquí va la reseña de lo que se escuchó, por orden de aparición:

- Henry de Bailly: Yo soy la locura.

- JB Lully: Sé que me muero.

- Stravinsky: La consagración de la primavera.

- Mahler: Adagio de la Novena sinfonía

- Schubert: Quinteto La Trucha

- Francis Poulenc: Liberté de Figure humaine.

- Leo Ferré: On n’est pas serieux quand on a dix-sept ans.

Salvo las dos primeras obras, que cantaba la soprano Raquel Andueza en un álbum editado en el nuevo sello Anima e Corpo, el resto de las músicas han servido para ilustrar lo que os hemos podido contar de Jorge Semprún. Incluso nos hemos permitido rescatar su voz de una parte de una entrevista en castellano que le hicieron en una emisora de radio holandesa. Aquí teneis la entrevista completa:

Y esta es la primera parte de un programa emitido por RTVE, tambien muy interesante. Tambien circula un documental producido por Arte titulado “Mi vida” que es un hermoso resumen de todo lo que vivió este hombre, que a pesar de los pesares y de todas las penurias que vivió, hace un resumen de su vida con el “que me quiten lo bailao”. Todo un ejemplo.

12 de junio de 2011

Jorge Semprún y la pintura


“Del legajo se cayó una tarjeta postal, la recogió del suelo. Una imagen en blanco y negro gastada por el tiempo, el uso, el manoseo. Pero Mercedes recordaba los colores del cuadro que reproducía. Me parece estar viéndolo, le había comentado alguna vez a Raquel. Alguna de las veces, a lo largo de los años, en que comentó con ésta –¿con quién si no?- las peripecias del viaje de novios de aquel verano, veinte años antes.

Se acordaba, es verdad.

Lo primero que en Nápoles llamó su atención, en el Museo de Capodimonte, fue la blancura nevosa de los hombros de Judit, sus pechos casi desnudos cuya belleza subrayaba la sombra que en el lienzo aislaba, realzándola, su mutua redondez.

En aquel cuadro Judit lucía un vestido azul, muy escotado. Pero ¿lucía realmente? Era el vestido, enefecto, de un azul poco lucido, poco reluciente, más bien apagado, como recluido en su propia densidad. No era un azul que reluciera sobre el lienzo, iluminándolo, sino que lo impregnaba, lo empapaba, difuminando por la superficie del cuadro una nocturnidad diáfana que se armonizaba con el sordo color rojo del vestido de la sirvienta de Judit, adecentado, sin escote ni hombros desnudos, ni senos sugeridos, mostrados en el caso de su ama hasta el borde mismo del pezón.

La sirvienta sujetaba a Holofernes mientras su señora lo degollaba limpiamente, o sea, de un tajo de su corta y ancha espada que podía calificarse de limpio por lo decidido, lo tajante, justamente, aunque produjera borbotones de sangre que ensuciaban las sábanas del lecho instalado en la tienda de campaña del general enemigo de los judíos.”


Este pasaje está extraido de Veinte años y un día, uno de los pocos libros que Jorge Semprún escribiera en castellano. Con motivo de su fallecimiento se ha publicado estos días un amplio recordatorio de su obra, escrita siempre alrededor de esa terrible experiencia que fue el internamiento en Buchenwald. En los próximos días iré poniendo entradas con entrevistas donde el propio Semprún cuenta mucho de todo ello; ahora me interesa hablar un poco de la pintura en sus novelas. El pasaje anterior nos remite a un cuadro de Artemisia Gentileschi que yo he visto en una copia de la propia Gentileschi que existe en la galería de los Uffizi en Florencia. El cuadro está, con buen criterio, en la misma sala que Caravaggio, con lo que uno puede ir a la galería de los Uffizi y darse el lujo de pasar todo el tiempo en una sola sala y disfrutar un buen rato.


Pero hay más pintura en la obra de Semprún. En “Adiós luz de veranos…” habla de su estancia en La Haya durante la guerra en España (su padre fue agregado cultural de la embajada o algo parecido). Cuenta que mientras su familia utilizaba la mañana de los domingos para ir a misa, él se escapaba para ir al Mauritshuis, un museo donde se puede admirar entre otras cosas a Vermeer. Yo leí esta obra cuando vivía en Holanda, precisamente cerca de La Haya, e imité más de una vez a Semprún acercándome en domingos lluviosos al Mauritshuis, desde entonces uno de mis museos preferidos.

Siendo ministro de Cultura tuvo el proyecto de juntar Velázquez, Goya y el guernica de Picasso, pero nunca lo pudo llevar a cabo. De ello habla largamente en Federico Sánchez se despide de ustedes. No voy a ponerme ahora pesado con hablar de la obra de Semprún, pero si el lector ha llegado hasta aquí y todavía no ha leido nada de Semprún, hago mía la recomendación aparecida el viernes en Le Monde y le empujo a empezar por La escritura o la vida. Yo empecé por ahí hace quince años y todavía leo y releo a Semprún.



1 de junio de 2011

El pepino del PP



Hoy he tenido un día de esos en los que a uno le quedan pocas fuerzas para hacer nada, cuando he abierto la página de El País y me he encontrado esta deliciosa foto con estos tres personajes probando pepinos. Bueno, más bien hay dos personajes probando pepinos y la otra está mirándolos como diciendo "qué asco, pero si eso es verde y no se come". El caso es que han encontrado "no se qué" en unos pepinos que venían de "no se dónde" del sur de España, y allá que van nuestros patriotas de guardia a decirle a todo el mundo que nuestros pepinos no tienen nada, que están buenísimos. A mí esta foto me ha recordado a la de aquel ministro de Agricultura, que fue el Arias de turno de algunos de los gobiernos de Aznar, de cuando lo de las vacas locas. El tal ministro se hartó de probar montaditos de ternera para mostrarle a todo el mundo que comer vaca era sanísimo.

Mira que tengo hoy las neuronas para no se sabe donde, pero de lo que me he acordado inmediatamente es de otra foto más antigua todavía, en la que sale curiosamente el fundador del susodicho PP, el senador Manuel Fraga Iribarne, cuando era ministro de Franco, que se puso su bañador y se dio un chapuzón en la playa de Palomares despues que unos aviones norteamericanos se dejaran olvidadas unas bombas atómicas. Muchos años despues y mucha tierra llevada de Palomares a otro sitio, supimos que el baño de Fraga y el embajador de los USA no fue en Palomares, que tampoco era cosa de ponerse en peligro.

Y ahora yo me pregunto: ¿que estaba comiendo realmente Rajoy cuando le tomaron la foto? Porque parece que se esté tragando una hostia.