El primero de ellos viene a cuento del premio Cervantes que uno de estos días recibirá Ana María Matute. Paraíso inhabitado está escrito como si fuera la autobiografía de una mujer adulta. Es el periodo de la pre-adolescencia, ese final de la niñez en el que uno (una en este caso) ve que hay cosas que cambian, pero no quiere, o no entiende, por qué tienen que cambiar. La amistad con el hijo de una antigua bailarina rusa, el telón de fondo de un tiempo de cambio como fueron los años treinta en España, todo ello con el telón de fondo de un unicornio que, solo para ella, viaja fuera de uno de los tapices que habitan la vivienda familiar. La excusa del premio Cervantes es una inmejorable excusa para acercarse a la literatura de Ana María Matute.
"- ¿Qué piensa usted de la audición humana ?
Echó a andar más deprisa. Seguramente no llegó a dar significado a mis palabras, y menos todavía a pensar una respuesta. Pero también dejó de juzgarme. Le asusté. Chica rara, drogas, miedo, socorro, eso fue lo que debió de pensar. Sin embargo, yo se lo preguntaba en serio. La audición humana es increíble, y mucho mejor que la condición humana, aunque suene parecido. Sobre la condición humana cualquiera dice lo primero que se le viene a la cabeza: que en el fondo todos llevamos un asesino dentro o un héroe o un mediocre o yo qué sé; que en las situaciones de emergencia nos volvemos unos vándalos, o muy generosos, o muy cobardes o valientes o las dos cosas. Que en el fondo lo que tenemos es un pozo sin fondo o sólo unos cuantos años de vida. Que la muerte y el sexo, que el dinero y la felicidad, que el arte y el dinero, que la tristeza y el sexo. De la audición humana, en cambio, no pueden hablar por hablar.
Creemos que oímos bien porque podemos percibir sonidos que van desde el susurro al trueno. Pero, ¿sabes ?, comparados con otros animales, tenemos bastante poca habilidad para oír. O sea, en los momentos en que no oímos nada, o sólo una voz, o sólo la bocina, hay un montón de sonidos por ahí. Y si tuviéramos otra constitución podríamos oírlos, como pasaba con los auriculares de los juegos de espía : si te los ponías, podías oír lo que estaban hablando en otra habitación con claridad. En cambio, cuando te los quitabas, sólo pillabas alabras sueltas o menos que eso. Hay muchos más sonidos de los que oímos. No creo que soportáramos oírlos todo el rato, pero molaría poder hacerlo de vez en cuando, como abrir y cerrar los ojos: entrar en un parque donde sólo puedo oír el ruido de una fuente de de grio que alguien se ha dejado abierta y, entonces, levantar el dedo pulgar o algo parecido y empezar a oírlo todo. Supongo que en realidad habría que decir a notarlo, porque el sonido es movimiento.
El mundo se mueve, pero no sólo porque dé vueltas. Tú estás en tu cuarto, y miras los bolos quietos, la mesa quieta, la cama quieta. Te parece que todo está completamente móvil. A lo mejor en ese momento se oye la tele puesta o la música de un vecino. Pero es que si la oyes es porque el aire se está moviendo, está vibrando aunque no sople una gota de viento y las ventanas estén cerradas y tú casi ni respires. Creo que por eso no me gustan demasiado los auriculares. No es que no los use, pero son tristes, ¿no?, es meter el sonido en una jaula enana, en el poquísimo aire que queda entre el auricular y tu oído. No me gusta, no. Prefiero los altavoces de dos metros por uno. Y que todo se mueva por fuera y por dentro."






