23 de abril de 2011

San Jordi, una buena excusa para regalar (y leer) libros

Hoy se celebra en Cataluña el día de san Jordi, la fiesta de la rosa y el libro. Es una tradición, creemos que hermosa, regalar a las personas que quieres una rosa y un libro. Yo no tengo rosas para los visitantes de este blog, pero quisiera dar pistas de tres de los libros que me han acompañado en el último año. Curiosamente los tres están escritos por mujeres.

El primero de ellos viene a cuento del premio Cervantes que uno de estos días recibirá Ana María Matute. Paraíso inhabitado está escrito como si fuera la autobiografía de una mujer adulta. Es el periodo de la pre-adolescencia, ese final de la niñez en el que uno (una en este caso) ve que hay cosas que cambian, pero no quiere, o no entiende, por qué tienen que cambiar. La amistad con el hijo de una antigua bailarina rusa, el telón de fondo de un tiempo de cambio como fueron los años treinta en España, todo ello con el telón de fondo de un unicornio que, solo para ella, viaja fuera de uno de los tapices que habitan la vivienda familiar. La excusa del premio Cervantes es una inmejorable excusa para acercarse a la literatura de Ana María Matute.


El segundo de los libros que hoy traemos es de Almudena Grandes. Inés y la alegría está llamado a ser el primero de una serie de seis novelas independientes con el título genérico de “Episodios de una guerra interminable”. El título nos remite inevitablemente a Galdós, un autor por el que Almudena Grandes siente una gran admiración, además de una deuda contraida en los periodos vacacionales que pasaba encerrada con la literatura de Benito Pérez Galdós. Inés y la alegría es sin duda una historia heroica, donde se narra la aventura de unos republicanos que creyeron en una ocupación de España al final de la II Guerra Mundial. Basada en unos hechos reales, con parte de la novela con Toulouse como telón de fondo, la literatura de Grandes se deja leer como si estuviéramos asistiendo a una proyección cinematográfica. Por cierto, algunos todavía estamos esperando al aventurero que se atreva a llevar al cine su anterior relato, El corazón helado.


Nuestra tercera recomendación viene de la mano de la más joven de estas escritoras. Se trata de Belén Gopegui, que según nos han contado va a publicar nueva novela esta primavera. Pero hablamos ahora de Deseo de ser punk. Conocíamos ya alguna otra novela de Gopegui, a la que habíamos llegado a partir de una recomendación de Vázquez Montalbán, y este Deseo de ser punk nos ha sorprendido especialmente. Es muy difícil encontrar en la literatura española ejemplos de obras que tomen la música como uno de los protagonistas, es más, a veces los escritores españoles parecen vivir de espaldas a la música (insisto en decir españoles, porque algo diferente ocurre con la literatura en español venida de América, con el grandioso Alejo Carpentier a la cabeza). La historia es la de una adolescente que se encuentra completamente fuera de lugar en todo lo que le rodea. Ni la familia, ni el instituto, ni mucho menos lo que encuentra por la calle, forman parte de lo que ella vive. Su escapatoria es el rock (por favor, no confundir con el pop, pero eso ya lo explica la protagonista). Desde luego la música que alimenta Deseo de ser punk es la antítesis de lo que escuchamos habitualmente en nuestros Aperitivos musicales, pero no por ello nos ha interesado menos. Aquí va un párrafo que hemos escogido, una reflexión de la protagonista adolescente y rebelde (son la misma cosa) acerca del sonido:

"- ¿Qué piensa usted de la audición humana ?

Echó a andar más deprisa. Seguramente no llegó a dar significado a mis palabras, y menos todavía a pensar una respuesta. Pero también dejó de juzgarme. Le asusté. Chica rara, drogas, miedo, socorro, eso fue lo que debió de pensar. Sin embargo, yo se lo preguntaba en serio. La audición humana es increíble, y mucho mejor que la condición humana, aunque suene parecido. Sobre la condición humana cualquiera dice lo primero que se le viene a la cabeza: que en el fondo todos llevamos un asesino dentro o un héroe o un mediocre o yo qué sé; que en las situaciones de emergencia nos volvemos unos vándalos, o muy generosos, o muy cobardes o valientes o las dos cosas. Que en el fondo lo que tenemos es un pozo sin fondo o sólo unos cuantos años de vida. Que la muerte y el sexo, que el dinero y la felicidad, que el arte y el dinero, que la tristeza y el sexo. De la audición humana, en cambio, no pueden hablar por hablar.

Creemos que oímos bien porque podemos percibir sonidos que van desde el susurro al trueno. Pero, ¿sabes ?, comparados con otros animales, tenemos bastante poca habilidad para oír. O sea, en los momentos en que no oímos nada, o sólo una voz, o sólo la bocina, hay un montón de sonidos por ahí. Y si tuviéramos otra constitución podríamos oírlos, como pasaba con los auriculares de los juegos de espía : si te los ponías, podías oír lo que estaban hablando en otra habitación con claridad. En cambio, cuando te los quitabas, sólo pillabas alabras sueltas o menos que eso. Hay muchos más sonidos de los que oímos. No creo que soportáramos oírlos todo el rato, pero molaría poder hacerlo de vez en cuando, como abrir y cerrar los ojos: entrar en un parque donde sólo puedo oír el ruido de una fuente de de grio que alguien se ha dejado abierta y, entonces, levantar el dedo pulgar o algo parecido y empezar a oírlo todo. Supongo que en realidad habría que decir a notarlo, porque el sonido es movimiento.

El mundo se mueve, pero no sólo porque dé vueltas. Tú estás en tu cuarto, y miras los bolos quietos, la mesa quieta, la cama quieta. Te parece que todo está completamente móvil. A lo mejor en ese momento se oye la tele puesta o la música de un vecino. Pero es que si la oyes es porque el aire se está moviendo, está vibrando aunque no sople una gota de viento y las ventanas estén cerradas y tú casi ni respires. Creo que por eso no me gustan demasiado los auriculares. No es que no los use, pero son tristes, ¿no?, es meter el sonido en una jaula enana, en el poquísimo aire que queda entre el auricular y tu oído. No me gusta, no. Prefiero los altavoces de dos metros por uno. Y que todo se mueva por fuera y por dentro."

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